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Un regalo mexicano, el monumento a Fray Antón de Montesinos, al garete

Fray Antón de Montesinos lleva casi cuarenta años a las orillas del mar, y la acción del viento, la humedad y la sal erosionaron la cantera blanca que forma su hábito de dominico. Su presencia en el malecón de Santo Domingo se debe a un gesto de buena voluntad del gobierno mexicano para la República Dominicana. Olvidado durante años, el monumento dedicado al primer gesto de defensa de los derechos humanos en tierra americana fue, en el pasado reciente, parcialmente rehabilitado, pero el compromiso que ambos países firmaron en 1982 es todavía materia pendiente: las autoridades dominicanas aún no cumplen su parte de aquel acuerdo.

Todo el material concerniente al monumento a Montesinos y su proyecto urbanístico, se conserva, con un amplio registro técnico y fotográfico, en el archivo de Pedro Ramírez Vázquez, uno de los arquitectos mayores del México contemporáneo.

Son la desmemoria y el lucro político los factores que desvanecieron el compromiso original del gobierno dominicano para desarrollar el proyecto según se planeó en 1981, que contemplaba una amplia avenida que comunicaría la zona más antigua de la capital dominicana con el emplazamiento del monumento obsequiado por México.

El monumento, dedicado al fraile dominico que en 1511 levantó la voz para defender a los nativos de la isla de la violencia de los encomenderos, mide 25 metros de altura y se encuentra arropado por un edificio de dos plantas, que, según el proyecto de Pedro Ramírez Vázquez, funcionaría como un museo dedicado a narrar y documentar la lucha por el respeto a los derechos y a la integridad de los indígenas americanos.

Los acuerdos establecidos en torno al proyecto quedaron en el olvido; el museo se abandonó y se descuidó. Del proyecto de desarrollo urbano nada se hizo. El modelo a escala de la figura de Montesinos, que sirvió hace 40 años para presentar el proyecto, fue obsequiado por el gobierno de México a la Cámara de Diputados de la República Dominicana, para ser colocado en su sede. De aquella pieza, de 2 metros de altura, aproximadamente, hoy día nadie sabe nada; no existe la información que dé cuenta de su paradero final.

LA ESCALA DEL ESPACIO PÚBLICO Y LA ESCALA DE LA DIGNIDAD

La historia del monumento cuando José López Portillo era secretario de Hacienda y Crédito Público del gobierno de Luis Echeverría, y la República Dominicana en 1975. Interesado en temas humanísticos e históricos, López Portillo habló de la posibilidad de levantar un monumento a aquellos frailes que levantaron la voz en defensa de los indígenas.

A fines de 1980, el presidente dominicano, Antonio Guzmán, visitó nuestro país. López Portillo ya había llegado a la presidencia de la República. Se esbozó una promesa: México habría de regalar, en prenda de amistad e ideales compartidos, un monumento que homenajeara al fraile y a sus compañeros de orden, pioneros en la defensa de lo que hoy se entiende como derechos humanos.

El presidente Guzmán agradeció el gesto de su colega mexicano, y anunció que se buscaría un espacio, relevante y digno, para el emplazamiento del monumento. En aquellos días se habló, para tal efecto, de una calle, que se volvería completamente peatonal, en la zona llamada “ciudad colonial”. Ahí, se encuentra todavía el convento dominico donde vivieron Montesinos y sus compañeros.

López Portillo, a través del secretario de Relaciones Exteriores de ese entonces, Jorge Castañeda, designó a Pedro Ramírez Vázquez, a la sazón secretario de Asentamientos Humanos y Obras Públicas, para proyectar y ejecutar la obra. Era diciembre de 1980 y la instrucción era partir hacia la República Dominicana a la brevedad.

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